Muchas personas recuerdan el olor de su madre, bien  al oler prendas de suyas, u olerla a ella directamente, les produce un sentimiento de calidez y de seguridad. Es como tener un retroceso hacia la infancia y recuperar recuerdos agradables donde nos sentíamos protegidos y teníamos pocas o ningunas preocupaciones. Además, ese olor materno simboliza también la intimidad.

Lo cierto es que la lógica de este fenómeno tan “animal” es aplastante, ya que los bebés nacen con el sentido del olfato muy desarrollado y superior al que tenemos los adultos. Es tal el instinto de supervivencia del recién nacido, que se aferran al olor de su madre como si les fuera la vida, que en cierta manera es así.

Por ejemplo; si la madre se lava un pecho antes de amamantar a su bebé, éste preferirá mamar del que mantiene el olor corporal de su madre, es decir, el que no se ha lavado. Otro ejemplo que corrobora esa intensa relación ente madre e hijo a través del olor; si a un bebé se le coloca a un lado un objeto con el olor de su madre y al otro un objeto con el olor de otra mujer el bebé gira la cabeza hacia aquel que preserva el olor de su madre.

Por la importancia del olor de una madre en la primera etapa de la vida, la recomendación, tanto para el padre como para la madre, y sobre todo para ella, es la de evitar colonias y perfumes que añadan artificios al olor natural de la piel.

Una vez sus capacidades motrices van perfeccionándose y el resto de sentidos van cogiendo protagonismo el olfato se va perdiendo por desuso.